Apenas habían cumplido los veinte años y ese viaje marcaría sus vidas para siempre. Su estancia en Sorok se prolongó más de 40 años en el caso de Marianne, que fue la primera en llegar, en 1962, y 39 en el de Margaritha, que acudió cuatro años después. Hoy, el Consejo General de Enfermería se suma a la iniciativa puesta en marcha por la Asociación Coreana de Enfermeras para conseguir un millón de firmas y postular a Marianne y Margaritha como candidatas al Nobel de la Paz.

Con el objetivo de dar a conocer la historia de estas dos enfermeras, la Asociación Coreana de Enfermeras ha elaborado un documental que cuenta cómo llegaron a la isla, cuál fue su labor y cómo en 2005, ya mayores y debido a su estado de salud, decidieron regresar a su país natal para no ser una carga. Hoy, ese vídeo ha sido adaptado por el Consejo General de Enfermería y puede ya verse subtitulado al español en Canal Enfermero. Además, se han editado versiones en inglés y español especialmente diseñadas para que la campaña adquiera dimensión global a través de las principales redes sociales. Estas versiones están disponibles para ser descargadas a través de este enlace.

Para el presidente del Consejo General de Enfermería, Florentino Pérez Raya, “la entrega de Marianne y Margaritha es un claro ejemplo de sacrificio y vocación, valores que definen nuestra profesión y a los que, desgraciadamente, en la sociedad actual no siempre prestamos la atención que merecen. Su trabajo, además, fue decisivo para acabar con el estigma asociado a la lepra. Desde el Consejo General, apoyamos esta iniciativa de nuestras colegas coreanas y esperamos contribuir a su difusión dentro y fuera de España para llegar al millón de firmas que lleve a que estas enfermeras se postulen como candidatas al Premio Nobel de la Paz. Este reconocimiento iría más allá de lo personal porque, además de la labor de Marianne y Margaritha, se reconocería la profesión de enfermería en su conjunto”.

La historia

Su llegada a la isla, no pasó desapercibida. Primero, Marianne, y luego, Margaritha llamaron enseguida la atención. Su aspecto, rubias y de ojos azules -muy diferente al de los coreanos-, y su calidad humana, hizo que sus pacientes las apodaran, a pesar de su juventud, “halme” (abuela en coreano). Más tarde, los medios de comunicación se referirían a ellas como “ángeles de ojos azules” o “ángeles de Sorok”.

Y es que, en aquella época, los pacientes afectados por la enfermedad de Hanssen eran considerados “malditos”, vivían recluidos, eran esterilizados y obligados a realizar trabajos forzosos. Además, los profesionales sanitarios encargados de su cuidado, según recuerdan los propios pacientes, mantenían un distanciamiento físico y emocional que Marianne y Margaritha no estaban dispuestas a perpetuar. Frente a las múltiples capas de guantes que otros profesionales empleaban para atender sus heridas, ellas tocaban a los enfermos con sus manos desnudas, sin importarles las úlceras de su piel o deformidades. Y eso, a pesar de que entonces se pensaba que la lepra era una enfermedad infecciosa.

El hecho de que se considerara que era una enfermedad transmisible por el simple contacto de la piel, llevó a que los hijos de los enfermos fueran separados de sus padres y llevados a centros de acogida. Después, sólo se permitían encuentros organizados, puntuales y sin que hubiera contacto físico. Los padres se colocaban a un lado y los niños a otro y siempre de espaldas al viento, para evitar el contagio. Precisamente, estos niños fueron el motivo por el que Margaritha llegó a la isla. Allí, recuerdan, asumió no sólo su papel de enfermera sino también de madre e intentó dar a estos niños el cariño del que habían sido privados.

El retorno

Cuando Marianne y Margaritha llegaron a la isla, el volumen de pacientes ascendía a los 6.000; en el momento de su partida, se había reducido a 600. Durante los 40 años que permanecieron allí, sólo regresaron a Austria puntualmente, viajes que aprovecharon para recaudar fondos que les permitieran comprar medicamentos y construir instalaciones para los enfermos de Sorok. En 2005, ya mayores y con su salud mermada, decidieron regresar definitivamente a su país natal y lo hicieron con la discreción y la humildad que había caracterizado sus vidas, dejando una carta de agradecimiento por todo el cariño y respeto que habían recibido.

Su vuelta no fue fácil. Marianne tuvo que enfrentarse a un cáncer de colon por el que ha sido operada tres veces y Margaritha padece Alzheimer, una enfermedad que confunde sus pensamientos, pero que no le hecho olvidar su etapa en Sorok, una etapa de entrega y sacrificio que, para ambas, ha sido la mejor de sus vidas.

El Nobel es un galardón que se concede siempre en vida. Por ello, el Consejo General de Enfermería de España ha querido respaldar esta iniciativa de la Asociación Coreana de Enfermeras y así movilizar tanto a profesionales como a población general para que apoyen con su firma esta petición y Marianne y Margaritha sean tenidas en cuenta para su nominación al Premio Nobel de la Paz. Todas las enfermeras y ciudadanos en general que quiera apoyar esta campaña pueden hacerlo ya en http://bit.ly/NobelPazEnfermeras.